Por largo rato me debatía entre el miedo y las ganas de verla; porque ciertamente Jack Black sabe a bufón... pero a buen bufón!
La historia evoca piezas clásicas, tras salvar algunas distancias; pero entre los códigos de lenguas traspuestas, las imágenes suficientemente mostradas y poco insinuadas y esa bien intencionada irreverencia para con la idiosincracia católica y de la lucha libre mexicana (menuda papa!), es difícil no reir ante las peripecias de Ignacio y Steven.
Dejando atrás los brincos de la Escuela de Rock, las mallas y la máscara dotan al personaje de una orgullosa autenticidad.
Evidencia clara del valor de un buen sueño y de la sencillez de los maestros en el negocio de crear esa mitología de lo cotidiano.
Esta pieza, como muchas tantas, invita a ser recordada entre sonrisas porque de alguna manera nos permite volver a pensarnos jugando y creyéndonos mucho más de lo que somos... que en el fondo es siempre el primer paso a la superación... el más dificil!
Tanto por si los móviles han surgido de alguna sonrisa encantadora de una dama inalcansable, de la inocencia de los niños ó de la admiración de ídolos de pies de barro, es un reflejo claro de esas historias que nutren nuestras horas de forma agradable. Esos juegos ante el espejo, esas creencias aceptadas dogmáticamente pero cuestionadas desde el corazón... esa ingenuidad capaz de protegernos hasta en las horas más obscuras, guían al Nacho recordándonos épocas divertidas pasadas. Aquellas de capas robadas y de disfracez innegablemente ridículos que todos alguna vez portamos más de una vez!!! ...y que seguramente más de una vez extrañamos...
Quedan estas líneas por si alguien tiene más miedo del que yo tenía... y se anime a verla.
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